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2 oct 2021

La Escuela del Espíritu Santo [Poniendo la otra mejilla]

 



Algunas de las habilidades que tiene el ser humano es la de hacer romper sus propias relaciones, engrandecerse ante otros, magnificar los pecados de los demás y señalar con el dedo.  ¿Cómo se hace esto? ¿A causa del error que cometen las personas? ¿Por las peleas o conflictos a causa del otro? No, a causa de que uno mismo olvida sus propios errores y cree que es un ser perfecto. Por eso nos es tan difícil hallar perdón ante las personas. Olvidamos que semanas atrás, meses atrás, años atrás... fuimos los causantes de romper un corazón, traicionar la confianza de alguien. Olvidamos que la otra persona es tan imperfecta como lo es uno mismo y si tú, no merecedor de ser perdonado fuiste perdonado, ¿qué te impide perdonar a otro ser imperfecto como tú?

En la salud y en la enfermedad. En lo bueno y en lo malo... Si pensásemos más detenidamente en estas palabras antes de dar el Sí, quiero, muchos matrimonios se librarían de sus divorcios años después. Deberían de darnos, al casarnos, un cuadro que pusiera: El matrimonio, entre otras cosas, es no olvidar que ninguno de los dos está exento de cometer errores, de defraudar al otro, de ser herido. Es saber perdonar recordando que tú también fuiste perdonado. Es ceder y doblegar tu orgullo, pues no siempre se puede ganar. Es servir al otro con la misma pasión y sano amor como el día en que viste a esa media naranja y pensaste: ''Yo quiero servirle todos los días el café en la cama y ver su sonrisa al despertar y no me importa levantarme a las 5 de la mañana, si es preciso para hacerlo''.  

Esto, por muy ficticio que te parezca, no es utopía, es realidad y es una realidad, totalmente, alcanzable para todo el mundo.


 La Biblia está llena de versículos y pasajes enteros que dañan, a conciencia, nuestra forma de ser y de pensar. Dios nos pone limitaciones para contener nuestra propia maldad y sabe que ha de ser refrenada para no causar más mal del que ya podríamos estar haciendo. Las palabras de Dios hacen muchas cosas en nuestra vida, dejan huella, transmiten paz y consuelo  y en este caso, saben cómo matar nuestro orgullo, haciendo que nos enfrentemos a él cara a cara, si es que te atreves a mirarte en el espejo y no huir de lo que ves dentro de ti. (Recuerda la analogía de la botella deagua)

Nuestro orgullo es taladrado en profundidades de aguas estancadas que nos impiden avanzar y ¡no solo avanzar! porque ya estaríamos haciendo algo sino, ver que estamos posicionados sobre arenas movedizas que nos van tragando poco a poco. Nuestro orgullo nos paraliza, nos bloquea y nos centra solo en nosotros y en los conflictos de nuestro corazón, nos olvidamos preguntarle a la otra persona cómo se siente, por qué hizo aquello... Sea cual sea el pecado cometido, recuerda que siempre hay un motivo, pensamientos y  emociones detrás. Todos somos personas.  

Este es uno de los versículos en cuestión que nos hiere muy profundamente:

Al que te hiera en la mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, no le niegues tampoco la túnica.  ~Lucas 6:29~

¡Vaya mensaje más contradictorio para el mundo en el que vivimos! y no te digo más si lo estás viviendo en tus carnes en este preciso momento. Mira este otro:

No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal ~Romanos 12:21 ~

¿Acaso se está volviendo la biblia antigua? ¿Acaso el hombre ha evolucionado y lo que ya se escribió hace 2.000 años no nos sirve ya? No... Es un mensaje contradictorio porque el mundo en el que vivimos es uno en el que hombre quiere vivir sin ataduras, quiere responder conforme le viene la emoción sin contención y quiere tener la libertad de hacer lo que quiera, sin ningún tipo de dominio propio. Algo que es más propio de los animales que de seres con raciocinio, como las personas.


Cuando enfrentas, por ejemplo, alguna discusión con alguien al que amas de tu círculo cercano y tu instinto es solo responder conforme a la misma manera a la que se te habla (indirectas, patadas, reproches, tiramientos en cara, borderías...) no solo se hace muy complicado un diálogo sereno de mutua comprensión, sino que se hace muy complicado seguir las líneas que Jesús nos dejó y difícilmente pareces sentir satisfacción, si las llegas a cumplir, en no ser como la persona que está hiriéndote con sus hechos y palabras, porque en tu mente, tu peligrosa mente que es campo de batalla del enemigo, solo quiere satisfacer tu deseo egoísta de no quedarte atrás, de no ser menos, de que también tienes mucho que responder y te recuerda, constantemente, todas las cosas por las que tú también podrías echar en cara a la otra persona.

La mente... Qué peligrosa... creo que es un fiel aliado de nuestro egoísmo y ambos versículos son como espadas que vienen a atravesar todo instinto natural de supervivencia porque, así nos parece, nos sentimos atacados y pensamos solo en levantar la barrera defensiva.  ¡Cuán difícil es todo cuando nos dividimos en, hacer lo que uno quiere o lo que Dios quiere! Qué difícil y contradictorio nos parece, cuando lo más natural, lo que todo ser humano te grita que hagas es, simplemente, seguir tu instinto. Peligroso error que nos lleva al siglo en el que vivimos donde solo saben aprobar leyes que dejen en libertad ese instinto y ninguna que nos  discipline y que nos lleve al dominio propio, como ya dije.

Cuando quieres más y más ser como Jesucristo y le vas rogando, en cada oración, que te vacíe de ti y te llene de él, es porque ya te has dado cuenta, él te ha mostrado, hasta donde puede llevarnos nuestra insensatez, los problemas que podemos causar y cómo necesitamos ser humillados, en vez de exaltar más y más nuestro ego con una falsa autoestima que, muchos expertos están de acuerdo en que, la línea que diferenciaba la autoestima y el narcisismo es cada vez más fina.


¿Qué significa entonces poner la otra mejilla? ¿Cómo puedo yo vencer el mal con el bien cuando lo único que me apetece es estrangular a la otra persona o abrir mi boca y dejar que ella gobierne todo en ese momento de ira y frustración? (y ya te adelanto que nada bonico ni agradable saldrá de ahí,  porque de la abundancia del corazón habla su boca (Lucas 6:45) (ver analogía de labotella de agua). Y lo que tenemos por abundancia en ese momento es ira, frustración, hambre por vengar nuestro dolor, insultar, exagerar e incluso golpear a la otra persona) Si hacéis una imagen mental de dos personas discutiendo, mientras levantan sus brazos en aspavientos y exagerados movimientos, mientras se acercan y se alejan en una danza tentativa de a ver quién tira la piedra primero, ¿nos os recuerda esa imagen a una de dos animales peleando?

Me parece, aunque no lo creas y créeme, en esos momentos de conflicto no me viene a la cabeza de primeras, pero si la situación se alarga, entonces, si sigues pegaito al Señor, te das cuenta de que es un momento precioso para dejar que el Señor trabaje en esas áreas de tu corazón que tanto daño nos hacen y dañan a los demás, porque recuerda, tu pecado lo sufres tú y, perfectamente, lo pueden sufrir los demás de manera indirecta o directa.

Si estás a punto de tirarme piedras, espérate, déjame explicarte. Esos terribles momentos de confrontación pueden ser útiles para ti. Tú no los has buscado, no los has visto venir, pero ahí están. Aprovéchalos. Si el Señor ha estado trabajando contigo ciertas áreas referentes al perdón, a refrenar tu lengua, a amar en todo momento y sobre todo, a olvidarte de ti para centrarte en la necesidad de la persona que tienes al lado... este es un momento perfecto. Es hora de poner en práctica lo que en la teoría has aprendido y no fallar en esa prueba de fuego, pero si fallas, tranquilo. Vendrán más, hasta que lo aprendas bien, ¡pero no te confíes! recuerda que esto es una batalla constante hasta recibir la corona de gloria.


Sé que hay multitud de explicaciones por la web referente a lo de poner la otra mejilla. Yo no vi ninguna de ellas, pero aquí, en la Escuela del Espíritu Santo, el Espíritu me mostró mi significado propio en una de las batallas que se levantaron conmigo y una persona amada de mi entorno salió dañada por mi causa.

La zona de confort se convirtió en una tierra hostil. La seguridad y confianza entre ambos se tornó en un ambiente frío y distante. La comunicación era estática, lo justo y preciso. Convivir fue algo difícil de trabajar. Yo tenía que ponerme la armadura, prepararme para el combate y estar pendiente que estaba junto a mi Capitán siguiendo instrucciones para hacer las cosas del modo más correcto que mi humanidad me permitía.

¿Qué sucede cuando dañas a una persona?

De momento levanta la muralla defensiva y se aleja (si es de los que se aleja y no de los que tira piedras al instante) En este caso, se aleja y desde ese instante, todo se vuelve frío, distante, pesado, confuso, silencioso. Hay desconfianza y expectativas porque, uno no sabe cuándo comenzará la discusión (si se lleva a cabo). La persona herida se aleja a lamer sus heridas y no deja que nadie se le acerque. Se torna arisco y serio. Parece que poco puedes hacer. Parece todo como un castigo y vuelves a sentirte niño y recuerdas cuando tu padre te levantaba la voz para reñirte y te privaba de su cariño. Y comienzas a preguntarte: ¿Lo tendré merecido?

Los minutos se convierten en horas, las horas son días y todo parece incontrolable e inacabable. Nada mejora, parece que nada empeora tampoco y hay una falsa quietud en el aire y todo se mantiene en una espesa nube que baja cual niebla y no te deja ver por donde caminar. Solo sabes que estás en un campo lleno de minas y que tienes que tener, absoluto cuidado de por donde andas. Solo puedes observar, desde la lejanía, como la otra persona se aleja más y más dejando delante de ti la muralla defensiva levantada impidiéndote que avances, impidiéndote ver. Todas las señales que te manda es de Keep out, no te acerques. Y ahí estás tú... queriendo dar amor, queriendo dar respuesta a todo lo que roe en su cabeza a solas, queriendo acabar cuanto antes con el horror de la espera, pero sin poder acercarte...


Al cabo de tres días de inmutable situación, pareciera que, a ratos, el defensivo baja un poco las barreras e inspecciona, pero pronto las vuelve a subir y si en algo queríamos entrar en su círculo protector, más pronto nos echa.

¿Cuál fue mi oración durante esos tres días?

Mi llanto y mi ruego siempre fue el de: Señor, doblega mi orgullo. Enséñame de tu amor para dar de tu amor. Dame de tu consuelo para dar de tú consuelo. Señor, refrena mi lengua y no permitas que responda a reproches, ni patadas, mucho menos a respuestas bordes. Quiero quitar eso de mi vida. Enséñame, oh Señor su corazón. Enséñame a entender su dolor. No permitas que yo le dé la espalda. Qué sepa que aquí me tiene para cuando quiera hablar y solucionar las cosas. Señor, que sea yo una herramienta útil y fácil en tus manos para llevar tu obra a cabo en mi vida. Doblega mi orgullo, que no me deje llevar por el dolor que esto, también, me causa y que sea amorosa y que siempre tenga una respuesta amable.

Bien... ahí está la otra mejilla, mis queridos hermanos y hermanas en la fe de Cristo. Ahí está la otra mejilla. Eso me estaba enseñando mi Padre. A vencer el mal que causa la respuesta de esta persona que yo herí, con bien y no con orgullo.

¿Me podría haber posicionado? ¿Haber defendido mi causa? ¿Podría yo haber pedido respeto cuando esta persona me dirigió malas palabras? ¿Dónde está mi orgullo? Si bien yo fui la que ocasioné el daño, ¿no merezco, acaso, un respeto, como todo ser humano, a ser tratada con dignidad? Después de todo, la persona que me acusa, también me hizo daño a lo largo de los años y también me hirió y decepcionó. No es mejor que yo para que me trate de esta manera. Pero todo esto, solo serviría para alentar y avivar más el fuego. Nos estaríamos tirando trastos a la cabeza y desenterrando cosas de antaño solo para defender nuestra causa y nunca... nunca acabaría la pelea y aumentaría el dolor y el abismo entre nosotros. No, todo esto viene de un corazón egoísta.


¿Qué hice entonces? Hice lo mejor que pude dentro de mi humanidad imperfecta y con la ayuda sobrenatural de mi Padre. Después de todo, era la primera, primerísima vez que ponía esto en práctica pues, el Señor ya me había puesto el deseo y mandato de practicar su amor y sacrificio hacia los demás. Pero durante esa batalla... El Señor llevó a cabo toda mi teoría, todos mis ruegos y los pasó por el fuego consumidor para perfeccionarme. (Bendito sea el Dios que ama y quiere para mí lo mejor)

No fue fácil, no lo hice perfecto, seguro que me faltó mostrar mucho más amor del que mostré por entonces. Tuve muchas batallas mentales, tuve muchas tentaciones de acercarme a esta persona y soltarle cuatro frescas acerca de su comportamiento y recordarle que no es mejor persona que yo. Quise y quise y pensé y pensé...  Mi mente se iba una y otra vez en busca de argumentos para defenderme, llegado el momento de hacerlo. Estaba, constantemente, preparando un plan B, un plan de batalla para defender mi terreno y los motivos que me llevaron a hacer lo que hice. Fue terrible esa lucha... Me tenía que detener a cada rato y pensar: No. Si se place tan solo a mirarme, aunque sea con desprecio, yo le miraré con amor e intentaré sonreír y si se place a abrirme su corazón, yo no estaré pensando en mis argumentos. Me olvidaré de ellos para escuchar los suyos y lo que su corazón me tenga que decir para comprenderle. Y me ponía a cantar mentalmente alabanzas al Rey para disipar mis malos pensamientos. Solo Dios fue el responsable de refrenar mi lengua y mis actos.

Yo solo podía acurrucarme con mi biblia y rogarle a Dios que alejase de mí todas esas tentaciones y que doblegase y atravesase mi orgullo con su amor y con su ejemplo. Yo necesitaba Su Gracia y la persona a la que herí, también.

De algo me alegro, que ahora puedo decir que hice bien durante todo ese proceso y es que, me esforcé mucho en actuar conforme a lo que el Señor me estaba enseñando durante ese proceso de dolor.  Comparado a otras ocasiones similares, esta fue la mejor, aunque no perfecta:

* Fui mucho más amorosa de lo que hubiera sido sin la transformación del Señor (y todos recordamos esos momentos cuando no estábamos bajo su protección y actuábamos según nos parecía a nosotros que era lo correcto)

* No respondí a patadas ni borderías.

* No provoqué conversaciones ni situaciones para que la otra persona saltara. Es decir, no estuve a la defensiva.

* No le di la espalda y estuve siempre presente para cuando quisiera hablar o diera señales de que ya me podía acercar.

* Me preocupé por esta persona, por sus pensamientos, por su dolor, por su corazón. Aún cuando no me dejaba entrar a saber. Se lo encomendé al Señor y oré por él con diligencia.

* Todo fue genuino y no una falsa bondad manipulativa para aplacar la ira de la persona herida. (Tanto si esta persona lo supo como si no)

* Lo amé...

 


Todo esto puede parecerle al lector muy fácil y sencillo porque yo no fui la víctima aquí. Pareciera que poner la otra mejilla es para la persona herida. Puede que no fuera la dañada, pero sufrí las terribles consecuencias de verme privada de la persona a la que amaba tanto y por tantos días. Fui dañada por un trato injusto. Fui dañada verbalmente cuando me hablaba mal. Fui dañada en su abandono y en mi orgullo, yo podría haber respondido de igual manera y no lo hice. Bien sabemos todos que de haberlo hecho, el fuego hubiera arrasado con todo.

Gracias, Señor. Una vez más, gracias. Gracias por cambiarme, por salvarme de mí y por transformarme, porque mi antiguo yo hubiera querido defenderse con uñas y dientes y tú me has cambiado liberándome de esas actuaciones tan dañinas.

Pudimos solucionar el problema sin una actitud defensiva. Pudimos hablar lo que había en nuestro corazón doloroso con humildad, sencillez. Hablando de manera moderada y sin vulgares expresiones de insulto. Nos escuchamos paciéntemente sin interrumpirnos para justificar nuestros malos actos cuando el otro nos decía lo que habíamos hecho mal, para herirlo y asumimos, cada uno, sus propios errores, reconociendo así lo que hicimos mal con el otro, arrepintiéndonos y pidiéndonos perdón por cada cosa que nos decía la otra persona. Algo así y en ese momento de tensión, sé que no pudo ser por casualidad. Sé que mi Padre estuvo mediando.

Así es como se sanan las heridas. Dejando que Dios obre y transforme en medio del sufrimiento. Seamos la víctima o seamos quien causó el problema. 

 

 

 

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