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21 abr 2021

La Escuela del Espíritu Santo [Amor ♥]


Cuando entramos en el conocimiento de quién es Dios; cuando nos hacen comprender, los maestros que nos rodean, el amor con el que somos amados; cuando nos explican la veracidad de los textos bíblicos a lo largo de la historia y tantas otras cosas más relacionadas con el querer conocer a nuestro Creador, nos nace una fervorosa urgencia por querer aprender más, saber más, hallar más, que nos expliquen. Algunos tienen la posibilidad de pagarse un seminario bíblico, un instituto o incluso el cursar la carrera de Teología y empaparse así, de los más eminentes y prestigiosos maestros de las Sagradas Escrituras. ¿Qué hacemos los que no tenemos esta posibilidad? ¿Cómo aprendemos? ¿Quién nos enseña? Vamos a la escuela del Espíritu Santo.



Todos esos grandes y prestigiosos maestros, que ahora enseñan a otros, han aprendido primeramente del Maestro principal. El Espíritu Santo. Nosotros, los que no tenemos la economía o la facilidad de viajar a ciertos seminarios o institutos, nos saltamos ese paso y vamos directamente al Maestro. Ahora pensarás pues mejor, ¿no? Sí... y no. Sí, porque estarás aprendiendo de primera mano y sin pasar por filtros. Y no porque tu vas al seminario y aprendes directamente del profesor todo, sin esperar, consigues la materia en tus libros para estudiarla en un año, dos... Con el Maestro vamos a otro ritmo ¿al suyo? no, al tuyo. Depende de ti del tiempo que tardes en aprender la lección; depende de ti de si pasas los exámenes o tienes que seguir estudiando la materia; dependiendo de en cuál situación te encuentres en la vida, o cual sea la petición que le hayas hecho, aprenderás una cosa u otra muy diferente en ese momento a otra persona que también esté estudiando.

¿Cuáles son las materias que te enseña el Espíritu Santo?

En cambio, la clase de fruto que el Espíritu Santo produce en nuestra vida es: amor, alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad y control propio. ¡No existen leyes contra esas cosas! 

--> Gálatas 5:22


Precioso... ¿quién no quiere ser así? ¿Quién no quiere encontrarse con alguien que le de todas estas cosas? Si re-lees el versículo, verás que pone en singular la clase de fruto, pero luego ves una ristra de muchos, ¿por qué está en singular cuando el resultado es en plural? ¿Un fallo al traducir esa parte de los textos originales? No. El primer fruto es el amor y del amor que Dios enseña y proporciona es que nace todo lo demás. Si tienes de ese amor, tendrás todo lo demás. ¿Cómo te lo enseña el Espíritu Santo?

Lo que, primeramente, una persona que quiere conocer a Dios comprende, es que comienza a sentir cierta aversión por la maldad porque cuando das el paso de fe de ser un discípulo de Jesús, Dios manda al Espíritu Santo a morar dentro de ti y ahora hay toda una parte dentro de ti que no quiere pecar, no quiere desobedecer, no quiere hacer mal. Por eso ahora, cuando quieres hacer todo eso, te sientes molesto. Lo que antes veías que podías hacer sin remordimientos, o con indiferencia, ahora te hace miserable, te molesta y no te deja dormir. Ese el Espíritu Santo dentro tí recordándote que, ya cruzaste la línea y ya no te es tan fácil pecar y que con su ayuda, puedes hacerlo porque Dios es Santo, Justo y Amor por lo que, probablemente, tu primera lección a estudiar sea el derrochar amor hacia todos los que te rodean

Vamos a ver un ejemplo de esto.

Estás en un supermercado y ya echaste en tu carrito todo lo que necesitabas adquirir, pero antes de llegar a caja, miras tu monedero y te das cuenta de que no llevas dinero suficiente para pagarlo todo. Esto te hace replantearte lo que llevas en tu carrito y decides quitar unos cuantos artículos. ¿Qué hacemos muchas veces ante esto? Dejar los artículos que no te quieres llevar en cualquier sitio, menos en el lugar de origen de donde los cogiste. Aquí viene la primera lección, en respuesta a tu petición de ser más como Dios. Escuchas la urgente voz dentro de ti del Espíritu Santo, que te enseña cuando tu mente no alcanza a recordarte, diciéndote: Déjalos donde estaban. Y te encuentras con la lucha interior de tu orgullo que te dice ¿Por qué? Si los empleados están trabajando aquí, pueden venir a cogerlos y llevárselos. Les es más fácil a ellos. Les pagan para eso. Seguro que no les importa y lo hacen todo el tiempo. 

Dios no quiere justificaciones y explicaciones. Tienes que ser responsable de tus propios actos. Los hijos de Dios no son como los demás. Obedecer a la orden es someterse y doblegar tu orgullo y esta parte es muy difícil, pero satisfactoria cuando lo consigues hacer. La clave es la repetición. Cuantas más veces lo hagas (y hasta que no te lo aprendas el Maestro estará ahí poniéndote en situaciones) te será más fácil obedecer sin preguntar ni justificar lo que hiciste. 

¿No te ha pasado que conoces al alguien que es trabajador en un supermercado y te cuenta lo muy ocupados que están trabajando como para recoger, además, lo que otros van dejando por ahí? No sabemos el bien que hacemos, hasta que alguien nos lo dice, pero no necesitas saberlo para hacer lo correcto, si nunca te dieran las gracias, deberías saber que hiciste bien, de todos modos. Cuando quieres aprender a amar como Dios ama, solo tienes que obedecer y comenzarás a tomar en consideración a todos los que te rodean. Vamos a otro ejemplo donde también podemos aprender a amar, incluso a los que no conocemos.


Estás en unos grandes almacenes para comprarte ropa. Mientras revisas un perchero observas que una camisa, que antes estaba colgada en su percha, está ahora en el suelo. Alguien, tocando todas las perchas, debió de tocarla fuerte y hacer que la prenda se desprendiese de su gancho y ahora yace en el suelo a la vista de todos. Tú no estás buscando esa camisa, venías a por un pantalón, pero tus ojos ya han visto ese desperfecto y al siguiente paso que das para marcharte escuchas: Recógelo. ¿Qué? Enseguida salta tu orgullo de doblegar tu espalda y te dices: Entiendo lo del supermercado, porque yo los cogí y yo debía de dejarlos, pero ¿esto? ¡Yo no he tirado esta camisa para tenerla que recoger. Y escuchas: Recógela y ponla en su sitio. A lo que uno, indignado por la tarea, responde: ¿Por qué tengo que recoger los desperfectos de los demás? Y te responde el Maestro: Porque yo recojo los tuyos. Y me dijiste que querías ser como yo. La respuesta te confrontó, Dios te recuerda tus mismas palabras de las que fuiste preso desde el día en que las dijiste. Entiendes que, ser como Dios significa dejar, bajo toda y cualquier circunstancia de la vida, tu orgullo. ¿No te ha pasado a veces, que cuando haces estas cosas, ves a la empleada que trabaja allí con cara de lástima diciéndote: "¡Gracias! Hoy tenemos, realmente, mucho trabajo y no he podido recoger la camisa!" Entonces sí, nos hinchamos cual pavo relleno en Noche Buena y nos damos de palmaditas en la espalda como si la idea hubiera sido nuestra.

Si alguien te hubiera dicho que te lo iban a agradecer en gran manera, que recoger una simple camisa del suelo sería la alegría de la dependienta, y que se derretiría en alabanzas luego hacia ti con sus compañeras, no hubieras dudado en coger la prenda ¿verdad?, pero entonces, no lo habrías hecho de forma correcta, porque lo hiciste esperando un beneficio personal y en el momento en que lo siguieses haciendo y una vez sucediese, que no te lo agradeciesen, dejarías de hacerlo. A eso se le llama: buscar que te inflen el ego, porque estarías haciendo algo para ti y tu gloria y dejarías de hacerlo, además de dolorida porque no te lo agradecieron. Por eso Dios quiere que lo hagas para él y para su gloria. De ese modo, harás lo correcto, siempre, tanto si te lo agradecen, como si no y será más fácil, porque ya no estarás esperando, todo el tiempo, una alabanza para animarte a hacerlo la próxima vez. Vamos a otro ejemplo.


Estoy trabajando con ancianos y recuerdo, perfectamente, que el día anterior iba con un poco de prisa para terminar el caso que estaba haciendo y mis ojos vieron (Ay... los ojos, otra vez...) un paquete de toallitas húmedas sobre una mesita de noche, en la habitación donde yo estaba aseando a la abuelita en cuestión, y estaba abierto. Te diré que, un paquete de toallitas húmedas se conserva mejor cerrado o con el paso del tiempo se secan y ya no sirven para lo que fueron diseñadas. Total, que ya estaba abierto cuando lo vi y yo iba con mis prisas y pensé: Bueno, a la tarde viene una compañera de la empresa a esta casa para cambiarle a la abuela los pañales y usará las toallitas. Cuando venga ella, y las use, que las cierre. Cuando terminé con mi explicación de auto-convencimiento tranquilizatorio escuché: Si estás tú ya aquí y lo has visto y sabes que está mal dejarlo abierto, ciérralo. Llevo 24 años de querer ser como Dios en carácter y fruto y he aprendido que, la lucha contra nuestro orgullo, es diaria. Nacemos con el orgullo ya y morimos con él y siempre está en constante lucha con nosotros para ganarse el primer puesto. Si Dios busca a las personas humildes para trabajar con ellas, está clarísimo que la batalla para mantener bajo control nuestro orgullo es diaria y no importa el tiempo que lleves de tener una relación con el Señor. Esta una batalla que se lucha a cada momento del día, pero gracias a Él, el Espíritu Santo nos ayuda a mantenerlo a raya. No estamos solos en las batallas de la vida.

 Bueno, pues después de querer justificarme, aún me hice un poco la remolona mientras atendía otras tareas como, seguir aseando a la abuela, haciendo la cama y demás y mis ojos de vez en cuando iban a ese paquete de toallitas y sentía la incomodidad del Maestro dentro de mí que no me dejaba en paz. Hasta que al final, antes de irme, pasé por su lado y lo cerré. ¿Qué gran esfuerzo tuvo que hacer, realmente, mi cuerpo para presionar y cerrar un paquete de toallitas húmedas? probablemente no quemé ni una sola caloría, pero para mi orgullo fue un ardor más grande. El hombre vive justificándose, siempre echando la culpa a otros y a Dios desde el comienzo de la creación humana sin asumir su propia culpa de nada, muchos menos, querer asumir las consecuencias de sus propias decisiones. Adán le echó la culpa a Eva y Eva a la serpiente. Nadie quería saber nada de lo pasado. Así somos. Siempre escurriendo el bulto para que otro cargue con la culpa de tus decisiones.

Pero seguiremos estudiando y poniendo ejemplos de los otros frutos que da el Amor de Dios en otros artículos.



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