Cuando llegas a ese punto de tu vida donde todo parece
que empieza a envejecer a tu alrededor y tienes la ligera sospecha de que, de
un momento a otro, la noria que es tu vida se ha saltado una vuelta, porque
empiezas a no comprender, a no asimilar o a no aceptar. Pero no tienes más
remedio que seguir caminando y pensar en que has llegado a ese punto de tu vida
donde…. “Llegamos a una edad en que la vida deja de dar y empieza a quitar”
(Indiana Jones y el Reino de la Calavera)
La edad nos sitúa en lugares que de niños nunca pensamos
en pisar. Lugares de incertidumbre, lugares de duda, lugares de espera, lugares
llenos de preguntas… “pero aunque ande en valle de sombra y de muerte... [...] Tu verdad estará conmigo” La
edad nos acerca a planteamientos que quisiéramos no tener nunca, pero la
despreocupación y la inocencia solo pueden quedar ahí, cuando la bendición de
la ignorancia no era un problema.
Ese pellizco en tu corazón y la humedad en tus ojos se aferran a ti en la adultez ante el inminente
pensamiento de que, el tiempo, nunca ha estado tan presente ante ti como hasta
ahora. Cuando empiezas a sentir que es la mano de una persona la que arranca de
tu vida personas y sentimientos que antes te daba igual tenerlos como que no y
que ahora ruegas lo que sea para seguir conservándolo.
No, la noria no se saltó una vuelta, es que no estabas
pendiente de lo que ocurría en tu día a día, pensaste que todo seguiría como hasta
ahora, hasta que te llega por el viento noticias de despedidas… Personas que un
día, sin pedirte permiso, se montaron en uno de los vagones que vamos
arrastrando desde que nacemos y de igual manera, un día, sin más, sin avisar,
sin escribirte una carta para prepararte o una charla con una taza de te,
decide el ser que creó la vida que “es tiempo ya”. Pero pasan los días y tu
sigues sin darle cabida a esos pensamientos, creyendo así que lo que haya de venir
se puede retrasar, pero no, preparados o no, allí va…
Me dicen que es mejor asimilar, que es mejor no
contradecir, que es más llevadero si poco a poco hablas del tema, pero ¿cómo no
ladear la cabeza en total desconcierto cuando una y otra vez te dicen que hay
personas que te vieron nacer y que muchos fueron los años que sus brazos te
acogieron, que es tiempo para ellas de abandonar el tren? ¿Cómo no pueden
decirte siquiera cuál será la estación en el que ellas desciendan? Si lo
supiésemos, ¿haríamos todo lo posible para parar el tren y no permitir que
avanzase? Cómo si tuviésemos poder para ello… ¿Por qué inventarían el soñar? A
veces es frustrante no alcanzar lo que a la imaginación llega.
Los pájaros siguen buscando el alimento diario, las
personas marchan a sus lugares de trabajo cada mañana y las estaciones pasan
dejando la sensación de que fueran desconsiderados con uno al no detenerse.
Pero ni siquiera tú puedes detener tus pasos. La estación más próxima queda
todavía lejana y al mismo tiempo, las piernas flaquean solo de sentir el aire
que te envuelve anunciando lo que todos ya sabemos, sin ningún tipo de
misterio. Que todos alguna vez tendrán que abandonar el tren, menos el
maquinista. Él sabe a quién recoger y a quién dejar atrás en tus vagones, pero
tú no tienes poder para manejar el tren.
La velocidad parece vertiginosa algunas veces, pero la
realidad es que el tiempo no se acelera por momentos, no. Es la angustia, es la
ansiedad de no saber lo que nos acontecerá en el futuro. Es el saber que esas
personas se marcharán y no saber si podrás despedirte de ellas, si la distancia
se apiadará de ti y te permitirá un último viaje para todas ellas el poderlas
abrazar.
Mi oración más recurrente es: “Señor, permíteme verlos
una vez más. Una vez más” Aunque acabase de regresar de tenerlos entre mis brazos.
Cuando el palpitar de mi corazón se acelera, solo me
resta orar.
Cuando las lágrimas amenazan con delatar los sentimientos
más internos de mi corazón, solo me resta orar.
Cuando en las noches de desvelo intento dormir, pero mi
mente comienza a recordar… solo me resta orar.
Cuando las piernas no me responden, cuando se niegan a
dar un paso detrás otro para no seguir avanzando, solo me resta orar.
Cuando el camino en el cuál avanzo es una línea bien
recta, bien serpenteada dependiendo del día, no me permite visualizar lo que
hay allí más allá al final de la siguiente curva, solo puedo dejar que mi corazón bombee la sangre necesaria
que permita a mis lágrimas salir con libertad. Esto me hará descansar en las noches y
tomar fuerzas a otra mañana en todo mi ser mientras agarro la mano de mi Padre.
Juntos. Juntos podremos alcanzar la meta y aún... aún después de todo... nos sonreiremos.
Juntos. Juntos podremos alcanzar la meta y aún... aún después de todo... nos sonreiremos.
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