Este título viene dado a la visión que muchos tenemos de
muchas cosas de la vida y que yo, a lo largo de mi vida he aceptado como
supongo yo, todo el mundo. Hace como cosa de dos años comencé a ver ciertas
actitudes de las personas y ciertas frases que todos aceptamos como valiosas y
como “Amén” que ya no me convencían. Digamos que desperté de un largo sueño
lleno de mentiras, a verdades que me están cambiando cada día un poco más y que
me hacen un poco más diferente de los demás, si cabe.
Mi experiencia en este despertar, yo voy a explicar mi caso,
y viene dada quizás muchas de ellas por el dolor y las heridas, otras por las
muchas horas que converso con mi marido, otras Dios mismo en su misma palabra
me ilumina sin cesar. Gracias a todos estos factores a los que yo englobo diciendo
siempre: “Gracias Señor” por abrir mis ojos a las mentiras de este mundo, quiero
dar una pequeña serie de explicaciones acerca de algunas de las formas en las
que el ser humano actúa y se mueve relacionada con las mentiras que nos tragamos en esta falsa sociedad.
El ser humano no tiene inclinación a hacer lo bueno. No está
en nuestra naturaleza hacer el bien de forma natural e incondicional. Si fuera
normal hacer el bien no nos costaría tanto pedir perdón, pisar nuestro orgullo,
tener empatía o ceder. Hacer el bien, cuesta. Si lo piensas con determinación,
todas las acciones que haces a lo largo del día van seguidas de un pensamiento
que no acude a tu cerebro, sino a tu corazón donde tú no lo oyes porque ya lo
aceptas como algo normal, pero te dice que, detrás de ese euro que le has dado
al mendigo de la esquina, esperas ser visto por alguien; que te casas con esa
persona porque la amas con locura, pero que esperas que el amor que tu le das
te sea devuelto; que le das un consejo a alguien esperando que no sea un
consejo y que te haga caso porque tienes razón; que el jersey que le has hecho
a tu hija tenga las alabanzas merecidas a tu esfuerzo. A primera vista puede
que rechaces esto porque te hace sentir egoísta, porque puede que en ese
momento que ejecutas la acción, diga que no has estado pensado en una recompensa,
pero si al final del día, después de haber paseado por todo el pueblo a tu
hija, nadie le ha echado un piropo a ese jersey que tú mismo has fabricado,
sentirás una pequeña espinita que puedes valorar o querer rechazar, pero que al
final te pinchó.

El ser humano funciona por “deseos” y los deseos de nuestro
corazón es lo que controla nuestra existencia y determina nuestro modo de ser y
actuar. Todo lo que te lleva a tomar todas esas decisiones a lo largo del día
son deseos. No hacemos nada si no queremos, incluido el: “A mí no me gusta,
pero lo tengo que hacer” “Yo no quería, pero no tenía más remedio” Son frases
donde nos excusamos y justificamos y no entendemos que en realidad sí que
querías hacerlo. “Yo no puedo dejar de fumar” Lo que en realidad pasa aquí es
que la persona que fuma encuentra algo
que le satisface que cuando deja de hacerlo no encuentra. En muchos casos,
calmar la ansiedad y dejando de fumar le vuelve la ansiedad. ¿Qué hay que
hacer? Cuando esa persona encuentre otra cosa que le quite la ansiedad, dejará
el tabaco por la cosa nueva. “Yo no quería, pero no tenía más remedio” Desde el
mismo momento que abrimos los ojos, un infinito abanico de posibilidades se
presentan delante de ti y tu solo decides. Tú no querías, pero lo has hecho
porque al final has querido, nadie te ha obligado, sí tenías otros remedios,
pero decidiste hacer ese.
Detrás de cada mal que hacemos hay una mentira que nos hemos
tragado para nuestra conveniencia y esa mentira viene dada por un deseo
indebido, con bastante frecuencia el motor que lo inicia es el egoísmo que nos
conduce siempre hacia elecciones de las que luego nos arrepentimos, bueno, si
tu orgullo te permite ver que te has equivocado. No haríamos mal si no
tuviésemos deseos indebidos y ese deseo indebido o pecaminoso se disfraza en
necesidad y nos engaña. ¿Por qué pecamos y tenemos esos deseos indebidos? La
Biblia nos habla de que del corazón mana
la vida y que hay que cuidarlo, porque de él salen todos los malos pensamientos
también y que no hay órgano más engañoso que el este.
Hacer lo malo como querer vengarse de alguien por un mal que
te ha hecho o criticar a tal persona solo para resaltar tus virtudes por
encima, son cosas muy normales hoy día y muy jugosas que hacer porque alimentan
ese lado morboso que tenemos y porque creemos que podemos coger la justicia por
nuestra mano, de hecho es casi siempre el primer pensamiento que nos viene a la
cabeza. ¿A cuántos de ustedes cuando lo hieren le viene a la mente el perdón
como primer pensamiento? ¿O compadecerse de esa persona porque no sabe el mal
que te ha hecho? Muy lejos está el hacer el bien antes de albergar esos
sentimientos de venganza, odio o rencor que te corrompen por dentro y te
destruyen, pero es muy tentativo el correr a querer vengarse o criticar con
ferocidad.
¿Cómo funciona la tentación?
1-
Somos conscientes, primeramente de la situación
y nos surgen las ganas.
2-
Más allá de arreglar ese sentimiento, lo dejamos
pasar de primeras.
3-
Cómo no has solucionado ese problema, llega el
momento en que comienzas a alimentar ese deseo imaginando todo lo que le harías
o diría a esa persona.
4-
Y una vez que te ha consumido, le has dado tanto
poder a esos fuertes sentimientos sobre ti, que para acabar viene la queja.
Si desde el primer punto que somos conscientes de que esos
sentimientos nos rondan los desechásemos y pidiésemos perdón en nuestro
corazón, no seguiríamos pasando a los siguientes puntos porque junto con la
tentación viene la salida, pero eres tú quién ha de escoger el camino. Lo que
nos atrae son nuestros propios deseos, aún cuando sabemos que nos van a
perjudicar escogemos libremente.
Al final, el orgullo no es otra cosa que el adorarnos a
nosotros mismos y el culpable muchas veces de divorcios, peleas entre padres e
hijos y demás. El orgulloso se respalda en la justificación de:
1-
La negación de la culpa personal, porque el
orgulloso nunca peca, siempre hace las cosas llevando la razón, por bien y no
tiene por qué pedir perdón ya que la culpa es de los demás.
2-
Minimizar el mal que se ha hecho, restarle
importancia para poder seguir justificándonos y seguir sin aceptar la
responsabilidad de lo que hemos hecho y tenemos típicas respuestas del tipo:
Fue un lapsus, una equivocación, una falta leve, una mentirijilla piadosa, me
picó y claro tuve que saltar… Que son ni más ni menos que otra manera de
disfrazar que hemos hecho mal y no asumir la responsabilidad de nuestros actos.
3-
Ocultar ese mal a ojos de los demás. La
autosuficiencia se une al orgullo. Porque no queremos pasar vergüenza, que
nuestra reputación a ojos de los demás cambie.
Nadie somos más que nadie y todos tenemos la misma parcela
para sembrar a lo largo de nuestra vida. Cuidado con lo que siembras, puede que
mañana no te guste lo que vaya a recoger en tu huerto.
Tim Chester:
“Cuanto más reflexiono acerca de mis propias luchas, sobre mi existencia como pastor y con la Biblia, más convencido estoy de que es una cuestión que se resume en dos puntos: El amor a uno mismo y el gusto por el pecado”
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