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15 may 2015

Mi Jane Austen interior

Iba caminando. Me encanta caminar. Ese traqueteo del carruaje siempre me da dolor de cabeza y no soporto estar constantemente chocándome con la persona que tengo al lado. Mantener una conversación mientras la voz se entrecorta o suena como si hablases delante de un ventilador. Me agacho para mirarme los bajos del vestido, manchados como de costumbre por el barro causado de la lluvia de anoche, todavía recuerdo la voz chillona de mi madre: “Pero no puedes ir andando por el campo como una vulgar campesina ¡Y sola sin tu dama de compañía!” Bueno, a la dama de compañía sí que había accedido, porque me apetecía mucho llegar a Londres. El día anterior, después de haber ido a tomar el té con la señorita Wickam, encontré un escaparate encantador con unas nuevas cintas y lazos que quedarían de maravilla en mi nuevo vestido de muselina rosado. A la noche se celebraría el baile en casa de los señores Woodhouse en honor al compromiso de matrimonio de su hija mayor. Va siendo hora de que vaya escogiendo marido…



Supongo que más o menos, no es una ciencia exacta al no tener la posibilidad de haber estado realmente en el lugar, pero creo que algo así sería mi vida y mis pensamientos si hubiese nacido en la época de Jane Austen. Como no es mi caso, solo puedo imaginar y transportarme a las muchas heroínas de sus libros.
Aunque mi favorito sea Persuasión, no tengo nada en común con la historia de Anne Elliot, pues yo me casé más joven y no fue con un hombre al que yo hubiese ya conocido antes y del que me hubiera comprometido en secreto con amor verdadero.
De Orgullo y Prejuicio me identificaría más con Elizabeth Bennet, pues nunca me casaría si no fuera por amor y me encanta leer.
Sufro de unas horribles migrañas que a día de hoy, las he calmado bastante gracias a la comida sana y al ejercicio, más o menos como Fanny Price en Mansfield Park.
Soy también de las que aman en secreto, pero al mismo tiempo no puedo evitar que algo de mí se refleje al exterior cuando estoy hablando con la persona que amo, al igual que Eleanor Dashwood en Sentido y Sensibilidad.
Y supongo que si tuviera una vida despreocupada, donde la independencia del matrimonio no me hiciera falta para que me mantuviesen económicamente… Me entretendría en ver a los demás felices mientras yo los emparejo. Al mejor estilo de Emma Woodhouse en Emma.
Pero a decir verdad, creo que con la que más me correspondo, aunque no me guste decirlo así a voz alta, ya que siempre ansiamos lo que no tenemos y a mí me fascina mucho la vida de Anne Elliot, su amor, su cordura, sus sentimientos, su sencillez y su abnegación. Lo que no quiere decir que sea una cabra loca que siempre esté corriendo por el monte pastando todo lo que puede y más XD, pero no soy Anne…

Catherine Morland de La abadía de Northanger soy yo. Una chica a la que le encanta leer, que tiene una mente febril, que siempre ve un misterio donde la rodea y que de pequeña no era muy bonita. Ingenua, que se deja llevar por lo que dicen de los demás creyéndolos a pies juntillas (puede que a día de hoy ya no tanto. La madurez me alcanzó) Una chica que vive en una humilde morada, que le cuenta cuentos a sus hermanos y que conoce a un chico risueño, despierto, mayor que ella. Que no la critica por leer novelas, que siempre le sonríe y la escucha. Un hombre con más experiencia que ella como para advertirle de sus amigos, que son una mala influencia y que está perdidamente enamorado de su inocencia, belleza e imaginación. Tengo más de Catherine Morland que de las demás, aunque parte de todas ellas more en mí.
Con mi Señor Tilney, por mucho que deseé al Capitán Wentworth. Creo que me tendré que releer otra vez La abadía de Northanger para asegurarme nuevamente, de todo lo que estoy diciendo, recordarme a mí misma, que no puedo ser Anne más que en la imaginación jeje.

Si dejo a un lado que a día de hoy no podría vivir sin la luz eléctrica, lo avanzado de los medicamentos y tecnologías…
Mi Jane Austen interior desea llevar esos vestidos (no estoy segura si acabaría por odiarlos por las tantas capas y capas de ropas que habría de llevar) Pero un día… si me dieran un día para que me cepillasen igual que a ellas, los vestidos de corte bajo el pecho, los incómodos corsés que tanto marcaban la figura y elevaban el pecho.
Bailar despreocupadamente en un gran salón, escuchando el roce de todas las faldas, viendo como éstas se elevan en los giros. Vestidos que por otro lado, si no eran cómodos por sus capas y corsés, lo eran para los pies, pues a diferencia de ahora que, raro es ver un vestido en cuerpo femenino que no lleve tacones en los pies, antes iban planas. Que delicia… Otra cosa por lo que me gustaría pasar un día allí.
Los sombreros… cómo me gusta llevar sombreros y qué pocos llevo por culpa de mi tendencia a la vergüenza. Tengo que animar a las personas ha llevar sombreros, así a mí me resultaría más fácil comprarlos.

Sentir la tensión de caminar junto a un apuesto caballero, sin tocarnos. Yo con las manos recogidas en la cintura y él por la espalda. Por la senda de un bosque. Hablando de, quizás cosas sin sentido que encierran palabras de amor que son captadas por el oído, mientras nos sonreímos tímidamente. Ideando excusas para que él pueda coger mi mano o yo admirar su figura mientras camina. Mientras hacemos despliegue de nuestro ingenio y sentido del humor. Compartiendo opinión sobre los libros que hemos leído en común. Teniendo ocasión de sufrir una debilidad de llanto y que tiernamente, él se acerque para palmear mi mano con delicadeza, mostrando su rasgo más alto del honor para que yo pueda depositar con total confianza mi problema en sus manos. Su código del honor lo obligaría a devolverme la paz para luego deshacerse en alabanzas hacia lo bella que me sienta el sonreír.

Creo que si hay algo que no quisiera hacer tan de continuo, sería tomar el tropecientas veces al día. ¡Cielos! ¡Tendría que vivir junto al aseo! Y no dormiría jamás por tanta teína. El único momento del día que era denominado como La hora del té era entre las 4 y las 5 de la tarde, pero ¿quién no ha visto en toda película que alguien viene a verte fuera de la hora del té y te ofrece una taza de té? Si tienes un disgusto, una taza de té; si estás nerviosa, una taza de té; si te acabas de desmayar, una taza de té; antes de dormir, una taza de té; si te despiertas de madrugada y no puedes dormir, otra taza de té…

Pasear, pasear y más pasear. Me encanta caminar. A todos sitios voy caminando. Tomar el aire, ver a las personas en la calle, detenerme ante los escaparates, entrar en librerías y mercerías. Por lo general tardas menos en recorrer tu pueblo a pie que en coche, ya que cada vez hay más semáforos, badenes, atascos y desvíos por obras. A pie llegas antes, haces ejercicio, tienes mejor circulación sanguínea y se te contornearán tus piernas hasta verse más estilizadas.

Me gustaría seguir escribiendo en mis diarios, como hacía en la adolescencia y juventud. Cómo muchas de las damas de la época, pero ya no me resulta atrayente dado que, las cosas que más ansiaba en la vida las he conseguido ya, por lo que escribir ahora sería describir mi vida cotidiana con algún que otro dato fuera de lo normal. Creo que mis diarios de ahora serían los libros más aburridos del mundo y no me lo llevaría ni para leer en el tren. Pero si de escribir se trata, sigo escribiendo cartas en papel, sobre y sello en mano. De eso también disfrutaría mucho en la época de Jane Austen. Tomar mi mesita junto a una iluminada ventana con vistas al jardín, mojar mi pluma en su tintero y lentamente, pensando en cada palabra y frase hasta describir con armonía y pasión todo lo que le quiero explicar a la persona a la que va dirigida mi carta. Normalmente a mi hermana.

Las reuniones de sociedad también sería mi disfrute. Arreglarme, perfumarme y salir a esas veladas de bailes y flirteo para encontrar a ese hombre que hace latir mi corazón con fuerza (pero una o dos veces por semana, más me agobiaría). Temblar ante la fuerza de su deslumbrante sonrisa y él ante el irrefrenable deseo de, aunque fuera por un momento, rozar mi mano. Creo que antes nos pasábamos de puritanas las mujeres, ya que hombre y mujer no se tocaban en absoluto como no fuera un íntimo amigo de tu círculo social o un familiar. Dos enamorados que solo ansían tocarse mutuamente y él debía de pedir permiso para coger su mano o utilizar la excusa de ofrecer su brazo, solo para sentir la calidez de su delicada mano sobre él. Ahora nos pasamos de todo lo contrario… no sé donde estaría el término medio entre el S. XIX y éste siglo.

Las horas que pasaría leyendo… horas y horas de absoluto placer en el silencio de mi habitación o la biblioteca, aunque éstas fueran mayormente para los padres y otros miembros masculinos de la familia. Aprovechando la ocasión de la época, si naciese en una familia acomodada, de no tener que trabajar. Leería y no escribiría, pues yo hubiese obedecido en todo momento a mi padre que me habría advertido de que, ser escritor no es profesión para una dama, además de que no podría vivir de ello, pues mi cometido sería ser mantenida por mi marido. Puede que, de tener este fuerte sentimiento, hubiese escrito solo para mi uso personal, pero nada más. Puede que le hubiese enseñado mis escritos a mi marido y él ya decidiría si sería bueno que siguiese haciéndolo para mi uso personal o si me ayudaría a publicarlos. Primero dirigiría mi vida mi padre, luego mi marido. Me gusta mucho Jane Eyre, pero no creo que yo hubiese sido así en aquellos tiempos, aunque no me hubiera importado trabajar si la ocasión lo hubiera requerido.

Algo que no habría cambiado en mí, sería la búsqueda idónea de mi amor perfecto y cómo dijo una vez mi querida Jane Austen: “Como toda mujer sabe, hay escasez de hombres en general y mayor escasez todavía de hombres idóneos” Con muchos hombres me topé a lo largo de mi adolescencia, pero ninguno tenía lo que yo andaba buscando y los fui rechazando a todos y cada uno de ellos. No hubiera sido una jovencita a la que se le van los ojos detrás de un duque, un coronel o una casaca roja. No. Eso sí que lo tenía bien claro. El día de mi presentación ante sociedad no me habría decantado por ninguno y pasarían algunas temporadas de Londres hasta que encontrase a mi Sr. Tilney.

Otra cosa que sería distinta, sería mi grupo de amistades. Entraría en varios círculos para salir al poco tiempo decepcionada al no sentirme encajada. De tener verdaderas amistades creo que serían muy reducidas. Quizás dos o tres amigas, pues como siempre ha sido, hay mucho de lo común y poco de lo que uno busca. A día de hoy me sigue sucediendo y no es que yo sea exigente con las personas, es solo que siempre me acabo tropezando con mis polos opuestos y las personas que son más cercanas a mí en intelecto y gusto las encuentro en Internet. En la vida real han sido muy pocas personas con las que me he sentido realmente como soy yo, sin fingir, sin sonreír porque lo marque el protocolo, sin sentirme en la obligación de quedar con ellas porque así lo dictaminen las normas de la sociedad.

Creo que Jane y yo hubiésemos sido, sino grandes, buenas amigas. Amantes de la lectura, criticadoras de la sociedad, bromeando con la sinceridad de nuestras palabras. Buscadoras del amor y cuando lo hallásemos, aferrarnos a él. Fingiendo que seguimos el patrón que se nos marca, cuando solo jugamos a ver como los demás se lo tragan. Siempre esperando a ser aceptadas por los demás y derramando gran parte de lo que somos en pluma y papel. No podríamos estar con personas que no aceptaran lo que somos. No podríamos vivir continuamente en un ambiente de fiestas y bailes, pues detestamos el ir tan ataviadas a diario. Resulta muy incómodo llevar tantas horquillas clavadas en la cabeza y muy cansado ser continuamente amable con todo el mundo sin poder decir lo que se piensa en verdad. Esas personas a las que no soportamos, deberían de ser tan simpáticas con nosotras, nos ahorrarían la molestia de corresponderles.

Vivir en un ambiente rural, un poco de todo en realidad. Sus momentos de celebración y sus momentos de paz, de soledad, de reflexionar, de ver más allá y explorar. Sabiendo perfectamente lo horrible de haber aceptado a un hombre en matrimonio solo por su dinero, por conveniencia de los padres o por saldar tus apuros económicos, para luego tener la desgracia de estar atada a un hombre, prefiriendo estar con otro. Cómo nos cuesta sacrificar las cosas de la vida que nos hacen felices por las reglas de los demás. ¿Cómo podrías haber seguido escribiendo, con los deberes de la maternidad? Claro que nunca ya podrás saber si podrías haber compaginado divinamente ambas cosas.

Estas son algunas de las cosas que guardo para mí en mis ensoñaciones.
¿A qué época te gustaría viajar y qué te gustaría o disgustaría hacer?


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