Pasando de un tiempo donde el hombre no parecía fiarse ni de
su propia sombra: se mordían las monedas para comprobar que no eran falsas; el
rey tenía una persona que probase su comida porque no se fiaba de su propio
cocinero...
A un tiempo donde parece que nos fiamos absolutamente de todo, menos de Dios.
Tenemos fe ciega en que cada mañana nuestro teléfono
se encenderá y nos despertará con la alarma para luego seguir funcionando como de costumbre.
Compramos los tickets del avión por internet y no los
imprimimos. Nos fiamos de que, con el código que nos dan para el teléfono será
más que suficiente para cuando lleguemos al aeropuerto.
Llegamos y dejamos las maletas, confiando en que llegarán al
destino al que tenemos previsto.
Nos montamos en un avión con un montón de gente y maletas y
confiamos en que, no solo no se caerá, sino que tendremos suficiente oxígeno
para todo el viaje.
Nos acostamos pensando que, seguramente, el sol saldrá a
otro día...
Cuando los hombres ya no creen en Dios, no es que ya no crean en nada, es que se lo creen todo.
- G. K. Chesterton-
Hacemos ejercicios de fe todo el tiempo. Confiamos en
máquinas para que gobiernen nuestra vida y tenemos puestas nuestras esperanzas en que no colapsen. Confiamos en las personas que ni siquiera vemos, como aquellas
que empaquetarán nuestro pedido online, para que llegue nuestra compra pronto a
casa.
Ponemos nuestra confianza en las invenciones del hombre, aún
cuando nos pueden fallar, porque recordemos que toda máquina fue inventada por
un ser imperfecto, el ser humano. Ponemos nuestra confianza en las personas una
y otra vez, aún cuando, supuestamente sabemos, nos van a fallar porque no son
perfectas.
Ponemos nuestra confianza en las cosas que no vemos ni controlamos,
esperando que la tormenta que se anuncia no se dañina, que el cielo mañana
seguirá siendo azul y que aquello que nos acaricia el rostro seael viento.
Pero me llaman ilusa por creer en Dios.
Menos mal que no soy la única en ejercitar la fe ciega en las
cosas no puedo ver.