Pasan
los años sin descanso, cosas buenas y malas pueden ocurrir en un matrimonio
enamorado por 15 años. Bancarrotas, mudanzas, enfermedades, peleas, diferentes trabajos...
Pero
había llegado el momento de saltar a otro capítulo de nuestro matrimonio y
había llegado en lo que parecía ser el mejor momento, el perfecto, el que Dios
había preparado para nosotros para ser bendecidos con un bebé. Todo encajaba
perfectamente, los últimos acontecimientos y los que lo rodeaban habían sido
puestos de manera muy bien calculada.
Todo
sucede en el segundo en el que miras al test de embarazo después de una falta
de 8 días y después de un fuerte autoconvencimiento de que ''es imposible que
esté embarazada. Yo me encuentro muy bien. Dios mío... tengo que tener alguna
anomalía, como la de mi madre. Tengo que hablar con la médica y comentárselo,
pero primero es hacerme un test de embarazo, porque sé que me lo va a pedir''.
Ahí
estaban, las dos rayitas en un rosado palito industrial. Con una mano sujetando
el test, con la otra sujetándome el vientre, como si este se fuese a derrumbar
en cualquier momento. Habíamos creado vida sin saberlo, sin haberlo buscado,
después de que, una semana antes, me anunciaran que me hacían un contrato
indefinido en la empresa donde llevaba trabajando 3 años. Efectivamente, todo
parecía ser ''el tiempo de Dios''
para un embarazo. Las piezas encajaban en su totalidad.
No
sabíamos si reír o estar serios ante la magnitud de la situación que nos
sobrepasaba. La visión del test en positivo estaban todavía flotando en el aire
sin saber por dónde entrar en nuestras cabezas y cuando comenzaron a
penetrarnos con lentitud, fueron dejando a su paso un reguero de grandes
temblores en nuestro cuerpo haciéndonos incapaces de sujetar una simple caja de
infusiones para averiguar si una embarazada podía tomarlas.
Con
ello, llegaron las prisas por lo más urgente a las 8 de la noche del primer
domingo de Abril de 2022. ''¿Qué voy a comer ahora? ¿Qué puedo cenar? ¿Y mañana
para el desayuno? ¡El otro día me tomé un ibuprofeno y se supone que no podía
hacerlo!''
Mi
marido solo sabía ampararme entre sus brazos para traer paz. Cualquier ocasión
de mi ahogo era bueno para él para un abrazo relajante. Su actitud cambió
radicalmente. Su atención estaba centrada en la vida que se estaba creando
dentro de mi vientre. Su mirada, sus palabras, sus pensamientos... Su ternura
me derretía.
Todo
era una vorágine de alegría que no sabíamos por donde coger, pero que antes de
que pudiésemos sujetarla fuertemente, ella nos había cogido a nosotros y ya no
existía más un dos, sino un
dubitativo tres. Ya no había más un
presente, todo se convirtió en un futuro revolucionado de pequeñas risas,
sueños, deseos, anhelos, mariposas en el estómago. Nunca imaginé que podría
existir otro nivel de felicidad que no había alcanzado, todavía, a mis 36 años
de edad en esta tierra.
Los
despertares eran caricias en el vientre, los momentos en la cocina mientras se
preparaba algún plato eran para aprovechar para darle besitos. Las tardes
libres de trabajo se convirtieron en horas de planificación de lo que haríamos
con nuestro bebé una vez lo tuviéramos entre nosotros. Todo eran risas
anticipadas, los labios siempre bien estirados, siempre deseando que por la
calle nos preguntasen para dar la tan ansiosa noticia.
El
pecho comenzó a crecerme, la barriguita se apretaba contra la goma de mis
pantalones del trabajo hasta tener que comprarme una talla más para evitar
aquella incomodidad. Cualquier excusa era buena para sacar el teléfono móvil y
echarme una foto de perfil.
La
primera hija en tener hijos, el primer nieto, el primer sobrino en mi familia.
Todo eran festejos, deseos por empezar a comprar, por mirar ropita por todos
sitios...
Se
respiraba amor por todos los rincones del hogar, todo el día colgaba mi mano en
mi vientre acariciando, bendiciéndolo, soñándolo, pensando nombres, amándolo
desde el primer instante en que supimos que vida estábamos creando.
Rebuscar
en el armario camisas ajustadas para enseñar la minúscula barriga que me había
salido era un hábito cada vez que quería salir a la calle.
Esperaba
siempre, con impaciencia, que mi marido se arrodillase para besar mi
barriguita, para acariciarla, para hablar en ella... recuerdos grabados a fuego
que siempre estarán ahí para ese primer embarazo.
Llegó
el momento de la primera y tan esperadísima ecografía y con ella, la perdición
de todos los sentidos en tan solo tres palabras. ''No tiene latido'' Ahí
estaba, venía uno y estaba muy quietecito. Mi mirada no podía posarse en los
ojos pesarosos de la ginecóloga, solo podía mirar al bebé que, dentro de mí, se
reflejaba en la pantalla.
A
partir de ahí, y como al principio, las palabras flotaban a nuestro alrededor
sin poder hacerse hueco en nuestras cabezas, pero ¡cómo iban a poder entrar
cuando dentro de nuestras mentes todo era pura y exaltada felicidad! ¡No había
espacio para nada más, mucho menos para tan desastrosa noticia!
Yo
dejé de existir en ese preciso instante mientras la ginecóloga nos indicaba dos
medios para poder abortar. ''¿Abortar?'' Aquella mujer tan bien arreglada me
miraba con ojos comprensivos y me decía: ''Hay que sacarlo''
Nunca
nos dijeron que aquella posibilidad existía, mi único pensamiento era que
podrían ingresarme y hacerme algo a mí o al bebé para poder continuar con mi
exponenciada felicidad, pero todo lo que aquella mujer sabía decirme era que,
''había que sacarlo de dentro de mí'' ¿Por qué nunca me dieron esa posibilidad
cuando todos empezaron a felicitarnos? ¿Por qué me hicieron pensar que todo
iría en una sola dirección y que pronto lo tendríamos, este Otoño
concretamente, en nuestros brazos? ¿Por qué solo sabemos decir las cosas buenas
y nadie se atrevió a darle la vuelta a la moneda para mostrarnos la cruda
realidad? No hacía falta ser grosero o rudo, pero alguien podría habernos dicho
que en un embarazo, las cosas pueden salir bien y pueden salir mal, también.
El
aborto, por lo tanto, la presencia de que el embarazo se nos detuviese en la
semana 9, no era algo que formase parte de nuestro vocabulario, ni de nuestras
posibilidades. Nunca fue una opción, tampoco.
Mi
marido tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para manejar los papeles y
hablar con los otros médicos a los que nos hicieron ver ese mismo día porque,
una vez que yo comprendí lo que estaba pasando, solo podía hacer dos cosas:
Llorar con una fuerza que me impedía hablar, y pensar, con el último resquicio
de fuerza que el llanto no me había robado, que Dios había sido muy bueno con nosotros, porque yo estaba segura de
que esto, lo había permitido Dios para
bien.
Dentro
de mí no podía concebir que nuestro hijo se hubiese ido a la Gloria de su
Creador hacía 3 semanas atrás, sentía un dolor físico del sentimiento tan
abrumador que en ese momento me envolvía. Sin embargo había consuelo en mi
corazón, tenía el consuelo y la firme convicción de que aquello había sido para
bien.
Mi
marido no sabía cómo consolarme y parecía no estar muy seguro de mi llanto. Era
como un cascarón vacío que funcionaba y respondía de manera automática. Parecía
solo prestar atención a las órdenes que nos daban para ir de un lugar y a otro.
El
shock que había recibido era todavía procesado por sus neuronas y parecía
ausente.
Cuando
ya nos hicieron sentar para esperar antes de entrar, a lo que sería, la última
de las oficinas a las que tendríamos que volver a contar lo sucedido, me abrazó
e intentó decirme algo, pero sentí que no le salían las palabras, no sabía qué
decir para poder consolarme y yo solo quería hacerle saber que, dentro de que
parecía estar muriendo por dentro, quería darle la paz que yo sentía y en un
momento en el que el llanto me dejó hablar, se lo pude decir.
''Si
estoy llorando es por la pena que me causa que no vayamos a cumplir todos
nuestros sueños juntos como familia, porque estoy segura que esto ha sucedido
para bien.'' (Para saber más leer "La Escuela del Espíritu Santo: Profunda tristeza que no abandona")
No
sé si llegué a consolarle o no, pero era lo único que podía decir o pensar, porque era
lo único que, en ese momento, yo estaba segura de algo. No sabía el motivo del
por qué se había detenido el embarazo, no podía entender por qué era algo tan
normal que sucediese, como tantas veces nos habían repetido en todos los
lugares médicos a los que hemos ido, y que nunca se nos hubiese dicho nada para
tenerlo en cuenta al momento de dar la noticia del buen estado en el que nos
encontrábamos. No sabía por qué tenía que sucedernos a nosotros, no sabía
muchas cosas y sigo sin saberlas, pero una cosa sé: Esto ha sido obra de Dios.
Es lo único que supe en ese instante, es lo único que sé a día de hoy y es el
único consuelo que me fortaleció día tras día y que hizo que no me volviese
loca de tristeza. Pensar que fuimos
cuidados por alguien superior a nosotros que nos ama.
Tras
recibir la medicación para abortar en casa, regresamos a un hogar más vacío que
cuando lo habíamos abandonado aquella misma mañana y empezamos a dar la noticia
a la familia. El telón del final de sus ilusiones se cerró con una llamada
telefónica junto con el deseo de que no nos visitasen, porque queríamos pasar
el duelo solos, además de que yo tendría que estar medicándome por dos días
para ir, poco a poco, expulsando todo lo que dentro mí, por tres meses, se
había formado.
Todo
parecía al revés... el día a día tenía tintes de crueldad al seguir con su vida
normal mientras nosotros moríamos y renunciábamos, sin más opción, a todos
nuestros sueños y deseos de una vida con un bebé entre nosotros al llegar la
Navidad del 2022.
Medicarme
me causó un trauma que no podré olvidar. Las veces que iba al baño y pensar que
en cualquier momento, toda mi felicidad se iría por el desagüe... no he vivido
nada que me hiciera sentir tan vil y monstruosa.
Las
sensaciones de que yo era la que me estaba arrancando a mi bebé dentro de mí,
los miedos y el susto a quedarme sola me envolvían noche y día. No podía
alejarme de mi marido, él se había convertido en toda mi vida, mi zona de confort.
Donde él estuviese, sabía que yo estaría bien.
Él
dedicó todo su tiempo a abrazarme, a besar todas mis lágrimas, a recoger todos
mis pedazos para volverme a unir con delicado amor. Cargó conmigo día y noche,
escuchó todos mis delirios, dudas, miedos, preguntas, anhelos... Creo, muy
sinceramente, que abusé del cariño mi marido, me colgué de su mano con absoluta
desesperación buscando una escapatoria a mi realidad. Pero Dios le había dado
las fuerzas que necesitaba para poder cargar con todo mi dolor y, por
consiguiente, no caer conmigo.
Sus
lágrimas silenciosas sanaban mi herido corazón, consolarlo yo a él me hacía
sentirme útil, escucharlo era como mirar dentro de mi corazón y volverse a
romper, desesperadamente, por querer agarrarse a lo que una vez fue y nunca
podría ser ya más.
Las
visitas al médico para las revisiones eran el terror de regresar al lugar donde
habían cogido todos mis sueños y los habían tirado al cubo de la basura. Nunca
me dijeron que una persona podía llorar tantísimo. No tenía conciencia de todo
lo que podía llorar a lo largo de los días. Los ojos querían salírseme de las
cuencas solo para tomar un descanso. La garganta tenía cierta afonía por tal
esfuerzo de tantos días llorando con tal intensidad. No la podía ni siquiera
controlar, simplemente, subía por el pecho hasta mi garganta y explotaba sin
poder remediarlo.
Nada
bueno salía, tampoco, de mi mente. Todo eran recuerdos en los que quería seguir
habitando. Quería recuperar aquella felicidad a toda costa y el recuerdo me
mataba cada segundo en vez de ayudarme. Quería seguir hablando con mi marido de
que éramos tres y no despertar en la
mañana envuelta en llanto siendo abofeteada por la oscura realidad de que ya no
había nada dentro de mí.
Quería
volver a sentir el amor y el cariño que mi marido desprendía cuando besaba mi
barriguita. Mirarme al espejo se convirtió en un infierno. Sentir que mi
abdomen se deshinchaba, era más que suficiente, cada día, para darme cuenta de
que todo había acabado.
Quería
volver a sonreír sin parar como si tuviera dos grapas en las comisuras de los
labios y no dos ojos hinchados que no eran capaces de cerrar el grifo de la
pena y la tristeza.
¿Qué
haría ahora? ¿Cómo miraría a las personas a la cara y no sentir que los había
defraudado a todos? ¿Cómo no pensar que era la responsable de arrancarles a
todos la felicidad de tener un nieto/sobrino/hijo? ¿Cómo soportar las continuas
preguntas en el trabajo de todos a los que tenía que ver? ¿Cómo repetir lo
vivido una y otra vez ante todos? ¿Cómo sonreír otra vez cuando algo tan
trágico nos dejaría marcados de por vida? ¿Merecíamos volver a ser felices?
Muchas
mentiras para destruirme se juntaron para hacer mi vida más miserable, pero el Nombre de Jesús me protegió de todas
ellas dándome conocimiento de que eran mentiras que debía de desechar y, una
vez más, me refugié en Sus Verdades
para seguir adelante, para no seguir preocupando a mi marido, para alentarlo
por si él pensaba lo mismo que yo y así fue.
Los
días avanzaban despacio, las tardes se hacían largas, pero cada vez más
llevaderas, las noches fueron siendo dominadas, pero al primer rayo de luz, la
mente parecía también despertar y lo que se había dormido y descansado ya,
bueno era, porque los ojos ya no se volverían a cerrar más.
Los
despertares dejaron de estar cercados por la amenaza del llanto, pero el
sentimiento de ''otro despertar más sin mi bebé...'' duraron un poco más.
Entonces,
donde al principio decía que ''era el Tiempo de Dios'' para un embarazo, ¿no lo
era? ¿Se había equivocado Dios o yo había calculado mal? No, definitivamente, era el Tiempo de Dios para un embarazo,
porque todos sus tiempos son perfectos, pero aquello no quería decir que fuera
a llegar hasta el final porque mis planes, no son los planes de Él. Todo tiene
un propósito, Dios no hace las cosas por nada y esto ha sido... no sé para qué
con certeza 100%, pero sé que fue para bien nuestro.
Sé
que, detrás de todo esto, una mano
inteligente lo había colocado todo para beneficiarnos. No fue buscado y aún
así, Dios permitió que me quedase embarazada y esto nos ha servido para
despertar ese deseo escondido de ser padres porque donde al principio no había
intención de tener niños, y fue algo que fuimos desplazando, vino sin ser
buscado y enseguida supimos que queríamos seguir adelante, sin dudarlo.
El
aborto sucedió en el tiempo exacto, también. Al principio iba solo a ser una
semana y me darían de alta de trabajar, pero cuando me tuve que repetir el
proceso, por horrible que en ese momento me pareciese, ahora sé que tuvo que
ser de aquella manera para que me diesen otra semana más de baja y así unirla a
las vacaciones que tenía de empresa en verano. Curioso que esas vacaciones,
primera quincena de Junio, yo no las quería e intenté cambiarlas con alguna
compañera, pero no pudo ser. Ahora sé por qué... Tenía que seguir teniendo esas
vacaciones tan poco deseadas para mí, porque Dios las había reservado de ante
mano para mí, para estar de baja, en total, 1 mes sin trabajar y recuperarme
física y mentalmente.
Ahora
todo tiene sentido y una explicación. No siempre se le puede dar y a veces solo
es confiar y tener fe, pero en este caso, todo está clarísimo.
Echando la vista atrás y pensando con un poco más de claridad, mientras buscaba a Dios en mis oraciones y ruegos me di cuenta de que Dios fue el primero en poner en mí consolación. fue le primero en venir a socorrerme e implantar en mi corazón aquella frase que ya no podré olvidar: "Esto es para bien" Cogió y arraigó en mí en Sus Palabras porque sabía que serían el motor y el cimiento que me impediría caer en las profundidades de la tristeza y enfermar. Pero también me di cuenta de que yo fui la primera en echarlo en vida para sustituirlo por cosas terrenales y efímeras para acallar mi pena en vez de acudir a él para sanar mi desquebrajado corazón. Él fue Fiel a Su Promesa de que nunca me abandonaría, ninguno de mis días, yo fui la desleal. Él vino a consolarme y yo lo eché buscando "otros brazos" y al final, tuve que regresar a Él para ser sanada. (Para saber más leer "La Escuela del Espíritu Santo: Profunda tristeza que no abandona")
Ahora
sabemos que, queremos ser padres, que el segundo será buscado, que será
atendido por los médicos más de cerca y que tendremos en cuenta todas las
posibilidades desde el principio. Por supuesto, que no diremos nada a nadie,
dentro de lo posible, para no levantar expectativas y estaremos temerosos. Con
una mezcla de ilusión y temor. Esperando lo peor y lo mejor en cada revisión.
Rogando siempre a Dios para que, esa segunda vez, vaya adelante todo, pero
sobretodo, que siga obrando su Perfecta Voluntad.